lunes, 17 de julio de 2017

Día 45. Julio 14. Faltan 83 días.


Ahora sí tengo un rezago realmente serio y esto solo demuestra cuán rápido están pasando los días. En un abrir y cerrar de ojos voy colgado cuatro días. Por ahora, solo espero no colgarme más y acudir a los buenos oficios de mi memoria para ponerme al día esta semana, sin presión y sin culpas. Finalmente, el objetivo de este diario es que me sirva como terapia para sobrellevar este rol con el pequeño Felipe y no una obligación que me complique y me deprima. Por eso seguiré al ritmo que el tiempo y las prioridades me permitan, tratando de que cada día quede documentado.

Bueno, del viernes puedo decir que pasó una semana más sin mayor sobresalto, afortunadamente. Felipe está cada vez más tranquilo, más adaptado a su situación y más consciente de la ausencia de su mamá, a la que recuerda todos los días sin falta. Pipe se levantó a las seis de la mañana sin ninguna novedad y cuando bajamos a desayunar me mostró una fotografía de Ángela que tengo encima de la chimenea y me pidió que se la pasara. La contempló un rato, la paseó en su trencito y finalmente la dejó sobre la mesa de centro de la sala. Apenas la soltó, Ángela nos llamó por Skype y se vieron un rato. Después de eso, llevé al pequeño Felipe en el jardín infantil y se quedó fresco, contento, como toda la semana.

Yo regresé a la casa para alistarme porque a las once de la mañana tenía que hacer una visita a un profesor mío del colegio. Fue mi profesor de trigonometría en décimo grado y creo que de esa materia no aprendí ni siquiera a pronunciar bien la palabra. Pero no fue su culpa, la verdad, en matemáticas desde que me enseñaron a dividir, todo se me complicó. Por eso amo las letras, porque los números no se me dieron jamás. Sin embargo, de ese maestro aprendí su legado para la vida. Es una persona íntegra, de esas que enseñan con el ejemplo y que comprende que la academia va mucho más allá del mero conocimiento. Recuerdo que el día de la primera clase, hace más de 27 años, nos dijo: "Entre ustedes los estudiantes y nosotros los maestros no hay ninguna diferencia. Ambos merecemos respeto. Lo único que cambia es que nosotros tenemos más años, más experiencia, y por eso es importante que nos escuchen y sigan nuestros consejos. Hemos vivido más y eso es algo que ustedes solo podrán lograr cuando lleguen a nuestros años". Esas palabras fueron revolucionarias en su momento para mí. Primero, porque las jerarquías eran muy marcadas entre los docentes y los estudiantes, por eso me parecía atípico y maravilloso que un maestro se pusiera a nuestro nivel desde el punto de vista del respeto y segundo, porque me hizo entender el valor de la experiencia desde la vida misma. La vida en sí misma genera conocimiento y sabiduría, no por los títulos ni el éxito, sino por la experiencia que dan los años. Eso me pareció revelador y conservo esas palabras como una magnífica enseñanza. Por eso era tan importante para mí ir a donde mi profesor, porque sus palabras siempre dan aliento y sus historias de vida son asombrosas. Fue magnífico haberlo visto y haber conversado con él. Me encantó conocer un poco más de su vida, recorrer su casa, ver las condecoraciones y reconocimientos que se ha ganado a pulso y ahora en el reposo de su pensión, escucharlo es un bálsamo para el espíritu.

Mientras estaba donde mi profesor llegó un mensaje de whatsapp de la directora del jardín pidiéndonos recoger a los niños a las dos de la tarde porque el sector seguía sin agua y se habían terminado los tanques de reserva. Entonces regresé a la casa justo para recoger al pequeño Felipe en el jardín. Salió contento. Los viernes tiene prisa por irse para la casa, algo le dice que viene el fin de semana, la casa de los abuelos, quizás piscina y familia y parece que eso lo entusiasma. Quise sacarlo al parque pero llovió en la tarde entonces debimos quedarnos jugando en la casa. Le saqué todos los juguetes que le gustan, un par de balones y una bomba que a pesar del tiempo no se desinfla. Ventaneamos un rato para ver "caos" y "babaus" y un par de "maus" que se asoman en uno de los apartamentos del edificio de en frente. A las cinco de la tarde lo noté cansado y prendí la televisión en Zoo Moo para que se relajara un rato con sus programas de animales. A las cinco y media le di la comida y a las seis pasadas ya lo estaba empiyamando sin mayor resistencia. Estaba cansado, con ganas de dormir temprano, y antes de las siete ya se estaba tomando su tetero para dormir. Pasó una semana calmada, con Pipe saludable y contento, empezando un fin de semana que iba a tener actividades familiares en la casa de los abuelos. Ya les contaré.

Muchas gracias por leerme. Ofrezco excusas por haber perdido el ritmo y ahora andar colgado varios días. El fin de semana fue un poco ajetreado y no conté con el tiempo que hubiera querido para escribir. Pero bueno, acá estoy, avanzando un poco más lento que el tiempo. Ya lo alcanzaré. Feliz noche.


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