miércoles, 18 de abril de 2018

Día 53. Julio 22. Faltan 75 días.


Debo confesar que odio ver estos días del diario abandonados con esa etiqueta roja de "borrador" que es algo así como el cementerio de las ideas. Por eso regresé a recoger mis pasos de este proyecto inconcluso y a intentar llenar de letras estos espacios vacíos, cual parqueaderos de nostalgias, atendiendo la recomendación de una persona que apareció providencialmente para sacudirme la inspiración que se estaba quedando dormida. O muerta. Quizás dormida, porque se está desperezando.

Esa persona me llamó el viernes, cuando yo le había echado los santos óleos al diario el martes. Su angustia al ver morir un proyecto que prometía, parecía superior a mi propia angustia cuando decidí abandonar de primero el barco, cual capitán cobarde. No esperaba esa llamada. No esperaba esa ni ninguna llamada. Había sido un viernes tremendamente opaco. Un viernes de desempleado al que le da igual cualquier día de la semana, salvo los sábados y domingos, que se puede sentir al menos un poco de compañía de hordas de trabajadores que descansan. Y uno los ve descansar.

(Esto lo escribí a principios de agosto de 2017)

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Hoy, 18 de abril de 2018, descubro esta ruina, este monumento a mis tareas inconclusas. Otra promesa para continuar algo que he dejado tirado y otra muestra de que mi vida misma es una tarea inconclusa. Recuerdo perfectamente esa llamada  y a esa persona. Recuerdo cuántos ánimos me dio y cuánto valoré esas palabras. Recuerdo que después de esa llamada, antes de venirme para Alemania, nos vimos una vez y conversamos. Fuimos compañeros de colegio, pero no amigos, perdimos el contacto durante décadas. Simplemente, después de mucho tiempo, nos unió este lenguaje hermoso que se habla con los dedos y se escucha con los ojos: El placer de la escritura.

Por eso volví a hablar con él y por eso los afectos congelados del pasado se volvieron fraternidad en los días previos a nuestro viaje. Y bueno, paseando por este blog que se quedó para siempre en obra gris, retomando los consejos de mi amigo Guillermo Zafra, he decidido venir a cumplirle por alguna vez a las ruinas de lo que nunca termino. La incertidumbre es total, no sé si lo logre, prometí un diario de 128 días y esta entrada se desvaneció algún día de julio del año pasado, remando para llegar a una orilla que nunca encontré.

Solo he venido a escribir para decirle a mi hijo Felipe, al pequeño Felipe, que algún día empecé un diario para acompañar nuestra soledad porque su mamá andaba lejos allanando el camino de nuestra unión cruzando un océano. Solo he venido a poner los muebles en esta casa vieja abandonada que me sirvió de refugio espiritual por algunos meses. He venido a cumplirle a Guillermo aunque fuera de tiempo y espacio. He venido a concluir un diario extemporáneo en donde ahora las fechas solo me servirán para marcar las páginas. Y acá, azotando las teclas, me reto a llenar esos días de palabras, coherentes o no, útiles o no, perdurables o no. He vuelto a terminar, quizás por primera vez, algo que empiezo por mi propia voluntad. He venido a terminar la maratón cuando ya se han llevado las vallas de contención, las flechas del camino y se ha borrado la línea de meta. Cuando ya no hay nadie esperándome al final. Solo vine a escribir porque me gusta. Porque me acordé de Guillermo y sus consejos. Porque vine a dar una vuelta y me encontré con que ya había hecho alusión a esa llamada y porque valoro lo importante que fue para mí.

Pues bien, acá estoy en el día 53 de un diario de 128 días que debió haber concluído hace más de seis meses. Pero no importa. Acá estoy, escribiendo, queriendo terminar esto porque sí, porque quiero, porque estoy escribiendo y ver cómo estas letras se van impregnando de recuerdos es suficiente aliciente para mí. No sé cuánto me dure el impulso. Pero ya escribí el día 53 que tenía pendiente. Espero mañana escribir el día 54.






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